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Descripción

El personaje principal de El extranjero es Meursault, un francés que vive en Argel. La novela es famosa por sus primeras líneas:

“Mi madre ha muerto hoy. O quizá fue ayer, no lo sé”.

Este inicio capta la anomia de Meursault de forma breve y brillante. Tras esta introducción, el lector sigue a Meursault a través de la narración en primera persona de la novela hasta Marengo, donde vela en el lugar de la muerte de su madre. A pesar de las expresiones de dolor que lo rodean durante el funeral de su madre, Meursault no muestra ningún signo externo de angustia. Este carácter distanciado se mantiene a lo largo de todas las relaciones de Meursault, tanto platónicas como románticas.

Raymond, un amigo desagradable, acaba siendo detenido por agredir a su amante y pide a Meursault que responda por él ante la policía. Meursault acepta sin emoción. Raymond pronto se encuentra con un grupo de hombres, entre los que se encuentra el hermano de su amante. El hermano, al que llaman “el árabe”, acuchilla a Raymond con un cuchillo después de que éste le golpee repetidamente. Meursault se encuentra con el altercado y mata al hermano de un disparo, no por venganza sino, según dice, por el calor desorientador y el brillo molesto del sol, que le ciega al reflejarse en el cuchillo del hermano. Este asesinato es lo que separa las dos partes de la historia.

La segunda parte de la novela comienza con el interrogatorio de Meursault antes del juicio, que se centra principalmente en la insensibilidad del acusado hacia el funeral de su madre y su asesinato del “árabe”. Su falta de remordimiento, combinada con la falta de tristeza expresada hacia su madre, juega en su contra y le hace ganar el apodo de “Señor Anticristo” por parte del juez de instrucción.

Durante el propio juicio, los testigos de carácter de Meursault hacen más daño que bien, porque ponen de manifiesto la aparente apatía y desinterés de Meursault. Finalmente, Meursault es declarado culpable de asesinato con alevosía y es condenado a morir en la guillotina. Mientras espera su inminente muerte, se obsesiona con la posibilidad de que su apelación sea aceptada. Un capellán visita a Meursault en contra de sus deseos, sólo para ser recibido por las intensas opiniones ateas y nihilistas de Meursault. En una explosión catártica de rabia, Meursault hace llorar al capellán. Esto, sin embargo, trae la paz a Meursault y le ayuda a aceptar su muerte con los brazos abiertos.