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Descripción

No es un puro azar el que reúne aquí en un volumen estos tres ensayos sobre Balzac, Dickens, Dostoiewski, escritos en el transcurso de diez años. Una y armónica es la intención que nos anima al presentar a estos tres grandes, ya nuestro juicio único, novelistas del siglo XIX, como a tipos que, precisamente por el contraste de sus personalidades, se completan entre sí y elevan acaso a forma visible la idea de ese arquitecto épico de universos que es el novelista. Si digo que estos tres, Balzac, Dickens, Dostoiewski, son los únicos grandes novelistas que conoce el siglo, no ignoro, al discernirles tal primacía, la magnitud de ciertas obras de un Goethe, de un Godofredo Keller; de un Stendhal, de Flaubert, de Tolstoi, de Víctor Hugo para no citar otros nombres-, ni desconozco que muchas de sus novelas, tomadas aisladamente, raya muy por encima de las de Dickens o las de Balzac. Más hay, a nuestro modo de ver; una diferencia íntima e inquebrantable entre el novelista y el autor de novelas. Novelista, en el sentido último y supremo de esta palabra, sólo lo es el genio enciclopédico, artista universal que -fijémonos en la envergadura de la obra y en la muchedumbre de sus figuras- modela con sus manos todo un cosmos; que, al lado del mundo terrenal, levanta un mundo propio, con leyes propias de gravitación, con criaturas propias y un manto propio de estrellas tendido sobre sus frentes; que sabe imprimir a cada figura, a cada suceso, un ser tan genuino, que no sólo les da relieve típico en su mundo, sino que los impone, con fuerza plástica penetrante, al mundo real, obligándonos a tomar su nombre para subrayar hechos y personas; y así, decimos de un hombre viviente que es un figura balzacquiana, un carácter de Dostoiewski, un personaje de Dickens.

En las novelas de Stefan Zweig existe una marcada inclinación hacia lo perverso, hacia lo opuesto a la propia naturaleza. Sus personajes son almas en llamas, seres carentes de una prudencia razonadora, que se queman en el ansia devoradora del instante. Todo en ellos es pasión exaltada, en regiones de las que no se regresa: en el trágico desenlace de amor, en la confusión demoníaca de los sexos, en la seducción irrefrenable de la muerte, en el crimen que satisface la venganza. En Veinticuatro horas en la vida de una mujer, Zweig sugiere que "la mujer" en determinados momentos de su vida, contra su voluntad y la conciencia del deber, se halla indefensa frente a fuerzas emocionales hasta entonces desconocidas que la arrastran más allá de toda reflexión, de toda medida. Así, para el autor, todos somos sensibles a las grandes ansiedades de nuestro vivir, de las que no podemos huir sin fugarnos de nosotros mismos.

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