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PRÓLOGO DEL AUTOR 

Don Agustin de Iturbide,  con su brevisima actuación politica, es una de las figuras más interesantes de la historia contemporánea.  Autor real de la independencia de Méjico. exaltado allí hasta la idolatría en los días en que se emancipaba la Nueva España de la paternal soberanía de la vieja metrópoli,  hoy yace su memoria casi olvidada e incomprendida. 

Olvido que es justificado en España, donde no obstante ya en muchos va desapareciendo la incomprensión,  cuando el tiempo ha hecho su labor da aquietar pasiones exaltadas, y cuando nadie ya, ni en Méjico ni aquí,  piensa en cambiar el orden de cosas actualmente existente, por mucho que justamente se llore la desaparición del Imperio español, el más excelso y excelente que conocieron los siglos. 

Pero olvido e incomprensión que no pueden ser justificados en Méjico, donde a Iturbide, verdadero y único autor de la independencia, preténdese suplantarlo con aquellos primeros insurgentes de triste memoria:  Hidalgo y Morelos, a quienes falsamente quieren ahora atribuir la gloria que sólo a aquél pertenece. 

La personalidad de Iturbide es sumamente compleja y no cabe--menos para un español--enjuiciarle en conjunto porque hay en ella, en su actuación,  hechos dignos de gran alabanza junto a otros que no pueden merecer sino censura. 

Puédesele censurar en su labor estéril, y vituperarle la traición a España; pero cabe también alabarle por su constancia, por la habilidad y diplomacia con que realizó sus planes, y reconocer que en la pérdida del Imperio español, aunque él fuera una de las figuras más destacadas, no sólo a él cabe la culpa, sino que ésta es aún mayor en los propios gobernantes de España quienes fueron los que realmente traicionaron a su patria dejando que se infiltraran en ella los principios de la Revolución, contra los que precisamente se sublevara Iturbide. 

Se le puede censurar a éste por aceptar la corona imperial de Méjico, sabiendo que por no ser" un monarca ya hecho",  al aceptarla edificaba su Imperio sobre arena, dejándolo a merced de los ataques de las envidias y rencores; y también se le puede alabar por la ejemplar dignidad---rara en un advenedizo a la realeza--, y el desinterés con que supo ostentar la suprema dignidad del Imperio. 

Es digna de loa la rectitud y pureza de los principios políticos que profesa (que llegan casi hasta a disculpar traición a España, porque por aquéllos la sublevación no fué tanto contra la dominación española como contra el liberalismo, la impiedad y la democracia triunfantes en el gobierno de la metrópoli); y digna de censura su actuación, porgue la separación de América hizo que inevitablemente cayera ésta en manos de los mismos principios revolucionarios contra los cuales él se sublevara. 

Escribiendo a José de la Riva Agiero, presidente del Peru, decía el 4 de septiembre de 1823(recién destronado Iturbide), Simón Bolivar: 

"Bonaparte en Europa e Iturbide en América,  son los dos hombres más prodigiosos, cada uno en su género, que presenta la historia moderna". 

Conformes en el juicio, hoy,  en plena decadencia de los regímenes liberales y democráticos se puede ver más claramente cómo, en la breve historia del primer Emperador de Méjico, hay ancho campo para la meditación y el estudio. 

Frente a frente Iturbide y Napoleón, no hay duda de que, si la actuación militar del primero no tuvo nunca ni la importancia ni la trascendencia (en todos los órdenes) de la de Bonaparte, su actuación política (aunque de menor trascendencia también) es más desinteresada y recta que la del Emperador francés, cuyo reinado no fué sino la consagración definitiva de los principios de la revolución de 1789.  

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