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Peso 650 gr.
Pags 410
Pasta blanda

PRÓLOGO


Adolf Hitler, Führer y canciller de Alemania, murió hace veintitrés años. ¿De qué manera han podido llegar por tanto hasta nosotros las palabras que colocamos en su boca?

Para ello hemos tenido que utilizar cantidades de documentos, conocidos, mal conocidos, desconocidos, escamoteados o testimonios directos. El historiador que a costa de las mayores dificultades estudia los años comprendidos entre 1930 y 1945, tuvo que haber participado en los acontecimientos para comprender el verdadero sentido de cualquier texto o cualquier acto. Sobre todo, le ha sido indispensable el conocimiento de los hombres. Fue en el año 1937 cuando me presentaron a Hitler en Nuremberg. Tuvo también varias ocasiones para verle y oírle. Conocí también personalmente a sus principales colaboradores: el mariscal Göring, Rudolf Hess, Heinrich Himmler, Joachim von Ribbentrop, Joseph Goebbels, Alfred Rosenberg, Baldur von Schirach y algunos otros más. Pude incluso departir largamente con algunos de ellos. Quiero finalmente dar las gracias al coronel Otto Skorzeny, personaje de valor universal, que ha tenido la amabilidad de aclararme algunos problemas de tipo militar y al coronel Rudel, el aviador de los 2.600 vuelos contra el enemigo. Hitler se sintió obligado a inventar para él una condecoración especial, ya que las ya existentes no alcanzaban a recompensar su valor y su fidelidad.

Antes de la guerra me fue dado también estudiar sobre el terreno el funcionamiento del Partido nacionalsocialista, de las Juventudes hitlerianas y las organizaciones alemanas tales como el Frente del Trabajo. Quizás algunos conozcan mejor que yo “el fenómeno nazi”, pero me atrevería a decir que para mí no hubo jamás “misterio” nacionalsocialista.

Hitler ha muerto, pero su fantasma sigue planeando sobre el mundo. Su espectro merodea por doquier. Así es que ante los acontecimientos de que es escenario el mundo, el canciller del III Reich vuelve a adquirir aquí la palabra. Desprovisto de cualquier servidumbre humana, se expresa con la firme voluntad de esclarecer y juzgar todos sus actos pasados, sin olvidarse de considerar su proyección y su influencia en el presente y en la historia futura. En el seno del universo que es ahora el suyo, nada le impide escuchar las explicaciones y acusaciones hechas por sus adversarios o por antiguos altos funcionarios que le habían prestado antes juramento. No tiene nada que perder, nada que ganar, diciendo la verdad sobre los hechos que en 1968 pueden conocerse y publicarse.

Si esta exposición directa de la política hitleriana de 1922 a 1945 esclareciese tan sólo el pasado, no dejaría tal vez de tener cierto interés. Igual que resulta difícil penetrar en la actualidad la verdadera naturaleza del romanticismo alemán, igualmente la prolongación y las expresiones políticas, sociales, guerreras de tal movimiento — es decir, el nacionalsocialismo — se hacen cada vez más incomprensibles. Millares de cronistas e historiadores de nuestra época aparecen errabundos (incluso actuando de buena fe) entre los escombros de un mundo cuyo sentido se les escapa. Otros historiadores, éstos ya más escasos, se sacrifican a la moda, y no dejan que la verdad aparezca más que furtivamente en sus plumas.

No es nuestra pretensión revelar toda la verdad; pero por lo menos, tenemos la certidumbre de haber hecho todo lo posible para conocerla y expresarla, costara lo que costara. Como el mariscal Lyautey y el doctor Alexis Carrel, creemos que las guerras franco-alemanas son verdaderas guerras civiles.

Hitler quien habla aquí y los temas que sostiene no son expresión de nuestro pensamiento. No se trata, por tanto, de una defensa, y menos todavía de una apología de la política hitleriana. Esta política, tal como fue concebida y aplicada, precipi

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