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Descripción

Libro facsímil de el de los años 50's

Peso 260 gr.
Pags 166
Pasta blanda

El año de 1933, en una de tantas visitas que hice al padre Bergoend, me obsequio un libro cuyo título era el que lleva éste. Al preguntarle al Padre cuál era el tema que trataba me contestó:

-Sencillamente, muchacho,…. QUE SIN LA VIRGEN DE GUADALUPE YA MÉXICO SE HUBIERA DESBARATADO.

En esta sencilla frase condensó el P. Bergoend esta tesis: México, en el siglo XVI, era una gran masa de aborígenes que principiaba a mezclarse con los españoles. La diferencia de las razas era inmensa: sus características casi opuestas. De la idiosincrasia española y el atavismo indígena sólo podía resultar una mezcla casi explosiva. Lucha perpetua de unos contra otros. Grandes virtudes, vicios monstruosos, heroísmos sublimes, traiciones asquerosas…

La colonia estaba establecida porque para ello sólo basta una fuerza que sojuzgue un territorio con sus habitantes; pero una colonia no es una nación, y México necesitaba ser una nación, debía ser una nación.

Los españoles habían vuelto la espalda a una patria que por remota ya no tenía razón de ser. Vinieron buscando riqueza, prosperidad, bienestar e inmediatamente se dieron cuenta de que era necesario trabajar, sufrir y perseverar; pero también se dieron cuenta de que perseverando, sufriendo y trabajando obtenían riqueza, prosperidad y bienestar. Y se establecieron definitivamente en México, y se casaron, tuvieron hijos y murieron en México. España quedo atrás para ellos y sus descendientes.

Los aborígenes, cansados de una religión monstruosa y antinatural, atrofiados hasta entonces e los caminos del progreso humano, ya que no conocían la escritura fonética, desconocían en mecánica hasta la rueda y estaban tan carentes de elementos que ni la vaca, el caballo, el carnero, etc., eran de su conocimiento.

La superioridad del elemento hispánico era evidente. El indígena tenía que acatarlo como protector, obedecerlo como maestro, colaborar con él como organizador…; pero en el fondo quedaba resentimiento y para constituir una nación era menester ahogar el odio en el humillado, en el vencido y ahogar la soberbia en el vencedor. Para constituir una nación era necesario que el indio amara al español como hermano y el español al indio del mismo modo; que se tuvieran mutua comprensión; que se ayudaran cada uno en la medida de sus posibilidades y cooperaran todos para la consecución de un fin maravilloso: EL BIEN COMÚN.

Esto era imposible. ¡Sólo un milagro de Dios! ¡Y Dios hizo el milagro! Nos envió a su Santisima Madre… Ella hablo con un indio, nos dejó su imagen mestiza para que nos acompañara y nos dejó su amor para que nos cuidara. Y así nos hizo mexicanos. No vino porque no fuéramos muy buenos; sino porque la necesitábamos mucho. “Non Fecit Talliter Omni Tationi”: no lo hizo con otra, no porque nosotros lo mereciéramos, sino porque sin ella no seriamos nación.

México nació allí, en el Tepeyac, y allí está el elemento aglutinante que nos mantiene unidos. México nació allí y México ya no morirá. En su dolorosa historia ha sufrido amputaciones terribles, tormentos espantosos, humillaciones tremendas. Pero México siempre a resurgido y sus heridas cicatrizan rápidamente. No tiene explicación humana la supervivencia después de tanta rapiña, después de tanta devastación, después de tanto odio protestante anglosajón… Cuando aparentemente todo está perdido, el alma mexicana se muestra estera y renovada. Es que nuestro centro de gravedad está arriba, muy arriba, en línea recta sobre el Tepeyac.

-Padre Bergoend, ¿Por qué no aparece su nombre como autor de este libro? Usted me dice que lo escribió….

-Sencillamente, muchacho porque no tiene importancia quien lo diga, pero sí la tiene el que se diga; aunque todos lo sentimos, hay que decirlo en letras de molde y no importa quien sea.

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